Era el día luego de un año intenso y difícil. Fue tristeza para el mundo mensana. Presente la hinchada y ausente sin aviso el equipo.
El torneo de Primera Nacional es de alta complejidad. Número elevado de equipos que juegan partidos de ida y vuelta. Equipos distribuidos a lo largo y ancho del país que aunque separados en dos zonas, se ven forzados a realizar viajes extensos.
Campos de juego extremadamente difíciles y varios con pisos en condiciones no aptas para desarrollar buen juego. Disputa friccionada, dura, con arbitrajes dudosos y algunos hasta desviados intencionadamente.
El Lobo llegó a la instancia final por primera vez para acceder a la Liga Profesional. Reminiscencias de los 70, del Lobo de los Nacionales. Del gran Víctor Legrotaglie, del “Cachorro” Aceituno, del “Documento” Ibañez, del “Bolita” Sosa, del “Panza” Videla, del “Chalo” Pedone, de Juan de Dios González y siguen los nombres. Épocas de gloria.
Ayer fue día de expectativas y esperanza. Frustradas y con dolor.
Lamentablemente, la mayoría de los jugadores no dieron la talla. Vamos a mencionar sólo a los que estuvieron a la altura. Pocos, demasiados pocos. Maxi Padilla, el capitán, llevó en alto la bandera. Puso espíritu, conducción y empujó el equipo hasta el final.
Nico Romano, único proveniente de las inferiores, bien propio, jugó con inteligencia, criterio y despliegue generoso.
Resta el primer tiempo del Tanque Silba, el corpulento centrodelantero, que aguantó la mayoría de los excesivos envíos largos recibidos. Y algo de Ignacio Antonio, luego de la primera media hora donde lució apresurado y nervioso.
Poco, muy poco. El resto, apareció desconectado y cometiendo errores, algunos de principiantes. Hubo más de 20 centros sin ningún destino y el equipo terminó tirando pelotazos frontales, previsibles, sin resultado alguno y despejados por los seguros centrales sanjuaninos. No hubo un sólo pase entre líneas o filtrado y los pocos en situación favorable, los volantes los desperdiciaron.
No vamos a abundar en señalamientos, para no ahondar la herida, pero la mayoría no estuvo a la altura.
El entrenador tampoco acompañó. Su primer cambio fue desafortunado. Apostó al doble 9 y desarmó lo escaso que había. Luego suplantó a Romano, de lo mejorcito. La vara le quedó alta.
El pueblo gimnasista sí estuvo a la altura. Concurrió masivamente, sorprendiendo en número, composición, alegría, cotillón y aliento constante.
Lentamente fue poblando las tribunas que les habían asignado. Al 80% la popular, que era la más grande del estadio de Barrio Alberdi, y llenando la platea, lo que obligó a las autoridades a disminuir el pulmón dispuesto para dar cabida a la numerosa presencia mensana.
Eran familias enteras, padres, hijos con esposas y muchos bebés y niños pequeños. La familia completa.
A diez minutos del inicio, las tribunas gimnasistas se poblaron de banderas blanquinegras, que con los cánticos estruendosos, dieron el presente señalando que estaban para acompañar al equipo en la parada. Brindaron un espectáculo emocionante.
Casi al final, despidieron al equipo revalidando con el “Soy del Lobo, del Lobo yo soy”, su amor incondicional y su sentido de pertenencia. Fieles hasta el final, aún en el dolor.
Se truncó una oportunidad de aquellas que se presentan en pocas ocasiones. El largo e intrincado camino que se renueva, debe transitarse. Varios actores van a cambiar. Es el sino del fútbol. Veremos cómo se recorre. Se perdió una gran oportunidad.